Bautizados en Cristo: una nueva forma de vida comenzó a circular por nu
Uno de los ejemplos concretos de la espiritualidad eudista fue el Siervo de Dios, padre Rafael García Herreros. Heredero de una espiritualidad del amor, este sacerdote de la ciudad de Cúcuta, en Colombia, habló del Bautismo de una forma digna de tal sacramento:
Hemos sido bautizados en Cristo. Nuestro bautismo es el juramento, el compromiso más grave de nuestra vida. Nos sumergimos en Cristo. Una nueva forma de vida comenzó a circular por nuestras venas. La forma vital de Hijos de Dios. Un hijo que vive de la vida de Dios, que todo lo contempla con una nueva luz, que es la fe. Que ve el paisaje del mundo con ojos filiales, no con los ojos fríos de la razón, sino con los ojos de la adoración y de la fe.
Que todos sus anhelos los traza no con miras terrenales, sino con el proyecto de la esperanza, es decir, del que presume que aquí nada es estable, sino que todo lo debemos prospectar para la eternidad.
Y, por último, somos bautizados en el amor de Dios. El cristiano auténtico no tiene más ámbito de amor que el amor de Dios y del prójimo, bajo el punto de vista divino. Así debiéramos ser. Hombres sumergidos en Cristo, de día y de noche.
Allí recibimos savia divina, allí tomamos un aliento sagrado y emprendimos camino sobrehumano; pero nuestra vida actual está lejos de ser la de un bautizado. Es la de un hombre simplemente. La agonía, el esfuerzo, la seriedad de la vida cristiana, ¿dónde aparecen en nosotros?
El bautismo fue nuestro más grave compromiso. Allí fuimos sumergidos en Cristo. Allí empezamos a formar parte integrante del infinito Hijo de Dios. Allí se transformó nuestra vida, de humana en divina.
¿Qué tiene nuestra vida actual de divina? ¿Dónde está nuestro silencio de adoración filial a nuestro Padre? ¿Dónde está nuestro vivir de la fe y nuestro proyectar esperanza y nuestro amor de caridad, cuando aparecemos sumergidos en Cristo?[1]
[1] Rafael García Herreros, Morir y resucitar con Cristo. Bogotá: Corporación Centro Carismático Minuto de Dios, 2010, 176.
