top of page

Les Tourailles y el nacimiento de san Juan Eudes



El 14 de noviembre de 1601 nació Juan Eudes, después de tres años de matrimonio entre Isaac Eudes y Marta Corbin. El padre Álvaro Torres asegura que "su llegada fue mirada por ellos, y más tarde por él mismo, como gracia especial de Dios y fruto de la intercesión maternal de María"[1].

El futuro presbítero fundador nació y recibió los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía en su pueblo natal, Ri, perteneciente a la diócesis de Séez, que estaba dedicada a la Santísima Virgen, su Patrona.

Su llegada al mundo es narrada por él mismo de la siguiente manera:


Por un maleficio que les había sido inferido, mis padres pasaron tres años, desde su matrimonio, sin tener hijos; hicieron entonces voto a la Virgen María, de ir a Nuestra Señora de la Recouvrance, lugar de devoción mariana en la parroquia de Tourailles, diócesis de Séez. Habiendo quedado encinta mi madre, volvió en peregrinación con mi padre a dicha capilla, en la que me ofrecieron y me consagraron a Nuestro Señor y a Nuestra Reina. (O.C. XII, 103-104).


San Juan Eudes lee su vida desde el amor misericordioso que Dios ha tenido con él y por tanto considera que en todos los acontecimientos, buenos y malos, hay que descubrir la voluntad de Dios y hacer de nuestra vida una constante oración para su gloria. Por tal motivo, se vale de este "maleficio", para asegurarle a Jesús y María que les pertenece totalmente:


Soy tuyo, Señor Jesús; soy tuyo Señora María; recíbanme y poséanme totalmente para desgastarme íntegramente, con Jesús, con María, con todos los santos, en alabanza y gloria eterna de la Santísima Trinidad. Amén, amén; hágase y cúmplase así. Alaben al Señor que da un puesto en la casa de la estéril como madre feliz de hijos. (O.C. XII, 104).


Vierge des Tourailles


Les Tourailles hace pensar hoy en la gran importancia del descubrimiento de la divina voluntad: ante las dificultades que surgieron para concebir a Juan Eudes y a sus hermanos, sus padres no optaron por enfrentarse a Dios o por establecer la voluntad propia y dejar de lado a Dios, sino que hicieron la voluntad del Padre celestial. Esta voluntad no es un sometimiento sino una experiencia de amor:


Observo el verbo hacer. No me pide someterme ni resignarme a la voluntad divina sino hacerla, o sea, darle yo mismo realidad en mi vida por una actividad concreta. Hacer que ella exista en mí. Que yo dé existencia en mi vida a algo que él esté queriendo no solo de mí sino del mundo entero. Considero que en ello va mi relación profunda con el Señor: si no asumo el camino que él me pide, no me reconoce como suyo... este conocimiento entraña experiencia y amor.[2]


La capacidad de descubrir en cada acontecimiento la voluntad de Dios lleva a la conclusión que nuestra vida es santa porque nuestras acciones son hechas cristianamente. Esto quiere decir que las hacemos "de manera santa y divina, como actuó Jesucristo; en una palabra, realizando nuestras acciones en Jesucristo y por Jesucristo, en su espíritu y con sus disposiciones" (O.C. I, 441).


Finalmente, Juan Eudes, consciente que su nacimiento estaba inscrito en el plan divino, lee su vida a la luz de este plan y a la luz de la devoción del Verbo Encarnado, uno de los ejes del círculo espiritual de Madame Acarie, prima del cardenal Pedro de Bérulle, quien posteriormente fundó la Escuela Francesa de Espiritualidad. Por tal motivo, podemos encontrar bellas expresiones y conclusiones como esta:


Si es cierto lo que afirman los médicos, que el alma es infundida en el cuerpo de los niños varones en el día cuarenta, a contar de su concepción, mi alma fue creada por Dios y unida a mi cuerpo el 25 de marzo, día de la encarnación del Hijo de Dios, y en el que María fue hecha Madre de Dios. En efecto, nací el 14 de noviembre y por tanto mi concepción ocurrió nueve meses antes, el 14 de febrero. Entre este día y el 25 de marzo median exactamente cuarenta días. (O.C. XII, 104).


Que el ejemplo de san Juan Eudes, quien ve toda su vida en clave del amor misericordioso de Dios, nos ayude hoy a descubrir la importancia de hacer la divina voluntad, acercándonos a Dios con un corazón sincero y agradecido por todos los favores que nos ha regalado a lo largo de nuestra existencia.



[1] Álvaro Torres Fajardo, "Introducción", en Obras Escogidas. Bogotá: Centro Carismático Minuto de Dios, 1990, 7.

[2] Torres, A. El proceso de la vida cristiana. Quito: JM Impresiones, s.f., 39.


RECENT POSTS
SEARCH BY TAGS
ARCHIVE
bottom of page